miércoles, octubre 8

Te echo de menos. Te echo de menos hasta el infinito y más allá, donde supongo que estás mirándonos desde las estrellas.
Y a estas horas, así sin querer, un sueño que no puedo llamar pesadilla me despierta con lágrimas incoercibles porque ahí estabas tú. Ahí, con un termo de café y tu mejor sonrisa dispuesta a servir en la primera parada de la fiesta de tu residencia. No me reconoces a la primera, como solía pasar las últimas veces. Pero tras unos segundos me abrazas y me sueltas esa cascada de besos en ambos mofletes, y yo te abrazo y te abrazo y no te puedo soltar y rompo a llorar y te digo cuánto te echo de menos, abuela.
Sabía que ya no estabas.
Y me despierto con los sollozos, sin poder volverme a dormir, y con una pena inmensa de todo lo que me gustaría estar compartiendo contigo en estos momentos, como esa bisnieta preciosa que te ibas a comer y no llegaste a conocer.

Que sepas que estás en mis noches y en mis días. Allá donde estés. Y en mí misma, porque estos genes me delatan.

No hay comentarios: