domingo, septiembre 14

Madrid me mata y me da vida. Me da y me quita casi a partes iguales.

Cuánto contenido, controlado y comedido. Cuánto compartido y confesado. Cuánto… ¿y cuánto queda? Efímeros rayos de sol, leve brisa fresca que entra por la ventana, rayas paralelas y una cabeza contra la almohada que se duerme de agotamiento puro. Y exprimirte y confesarte hasta el final.

Hasta que parece que todo se olvida. Que nada fue lo contenido, controlado y comedido. O que fue tan poco que solamente necesitó de dos soplidos para sentirse libre e innecesariamente necesitado de más.
Es cuestión de disfrutar sin pensar en el mañana. Del carpe diem. De que nada es imposible y que no hay tiempo perdido. De dejarse llevar.


De que una ciudad te envuelva y te devuelva a la vida que te gustaría tener aunque sepas que tiene fecha de caducidad. De aprovechar eso, ese pequeño regalo, esas oportunidades de ser tú mismo. Sin censuras, sin miramientos, sin miedos. Sin psicología inversa. Sin complicación.

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