jueves, septiembre 21

Los Pilares De La Tierra


Ella hincó la rodilla en el suelo, delante de él, que estaba sentado al pie de un nogal. Se inclinó y lo besó en la boca. Él estaba demasiado aturdido como para sorprenderse incluso de aquello. Ella lo empujó suavemente hasta que quedó tumbado y luego, abriéndose la capa, se echó sobre él con el cuerpo desnudo contra el suyo. Él sintió el ardor de la piel a través de la ropa. Enseguida dejó de temblar.

Ella le cogió el rostro con las manos y volvió a besarlo con ansia, como quien bebe agua fresca al cabo de un día largo y caluroso. Luego le llevó las manos a los pechos. Él advirtió que eran muy suaves y los pezones se endurecieron bajo las yemas de sus dedos.
Trató de incorporarse, apretando su cuerpo contra el de ella, absorbiendo energía de su calor y desnudez. Ella abrió los labios y hundió la lengua en su boca. Él reaccionó al instante.

Ella se apartó. Él observó que se levantaba la falda de su túnica hasta la cintura y se montaba sobre él. La mujer fijó en sus ojos aquella mirada que parecía verlo todo al tiempo que se inclinaba sobre él. Hubo un instante angustioso cuando se tocaronm sus cuerpos y ella pareció indecisa. Luego sintió cómo la penetraba. La sensación fue tan apasionante que tuvo la impresión de que iba a estallar de placer. Ella movió sus caderas, sonriendo y besándole el rostro.

Al cabo de un rato la mujer cerró los ojos y empezó a jadear. Él comprendió que estaba perdiendo el control. La observó maravillosamente fascinado. Ella gemía y se movía cada vez más deprisa, y su éxtasis lo conmovió hasta lo más profundo de su alma herida, de tal manera que no sabía si quería sollozar de desesperación, gritar de alegría o reír histérico. Luego, los sacudió una oleada de placer, igual que a árboles en una tormenta, una y otra vez. Al fin se calmó su pasión, y ella se desplomó sobre su pecho.

Yacieron así durante largo rato. La tibieza del cuerpo de ella lo mantenía caliente...

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