sábado, febrero 25

Amor Imposible

Si uno busca razones que justifiquen la imposibilidad de amarse, encontrará testimonios sobrados en el círculo de la literatura, de la historia, de la filosofía o del psicoanálisis, los cuatro jinetes del apocalipsis humanista que han puesto límites al corazón humano.

La hipótesis de la imposibilidad descansa en el principio, más o menos evidente, de que el amor es el fracaso humano más crecido y rutilante. Una ilusión inapelable pero renaciente que concluye en tragedia, en miedo o en aburrimiento. Una fantasía que no necesita ni admite corrección, por ser constitutiva de nuestra esencia. No somos concebibles sin esa equivocación. «Entre amar y creer que se ama ¿qué dios vería la diferencia?». Entre el amor verdadero y el amor falso solo un dios puede distinguir, aunque nosotros lo intentemos de continuo y confesemos al amado que le queremos en serio, por encima de todo y bajo el ejemplo de la verdad. El amor proviene del desamparo, de esa posibilidad de ser abandonados con que venimos al mundo y que se prolonga, más o menos disfrazada, hasta el momento de la muerte.

No somos autosuficientes, sino subordinados, sujetos desde el principio a la decisión de los demás, que pueden cuidarnos o no, querernos o despreciarnos. Tan anudados estamos al otro desde el nacimiento, que cuando amamos fingimos que lo hacemos para tratar de recuperarnos por completo de esa precariedad original. Algo de ese oculto anhelo resuena en la definición del amor que nos cedió Lacan: «Amar es dar lo que no se tiene». Se promete dar precisamente lo que se pide. Se declara el amor para conseguirlo de alguien.

Ahora bien, a quien tenemos delante y le dirigimos nuestros más sublimes votos le sucede tres cuartos de lo mismo. Para subrayar ese obstáculo desde la otra orilla, Levinas sostuvo que «el no estar del otro es la presencia del otro en el amor». Nosotros damos lo que no tenemos, pero el otro, si es que le amamos, se esfuma en el acto mismo de comparecer. Algo inasequible se instala entre dos corazones que se buscan y aguardan. Yo doy sin tener, mientras que el otro se larga nada más amanecer. «Es falso, sostiene Pascal, que seamos dignos de que los otros nos amen. Es injusto que lo pretendamos. Si naciéramos razonables e indiferentes y conociéndonos a nosotros mismos y a los demás, no nos inclinaríamos a ello».

El amor es un malentendido que nos hace tan felices como infortunados. No hay unos amores que triunfan y otros que fracasan, sino que el mismo amor encierra los dos tiempos. Aunque unas veces se suceden en un breve y efímero lapso, y decimos que nos equivocamos, y otras tardan en encontrarse, por lo que nos limitamos a afirmar que nos hemos habituado.

Sin embargo, nos damos por felices si no renunciamos pese a todos los obstáculos, si seguimos obstinados en perseguir una y otra vez ese mirlo blanco que se nos escapa de las manos. «El amor es una flor deliciosa, pero que hay que tener el valor de ir a cortarla en los bordes de un abismo», proclamó Stendhal bien alto. Y en esa tarea indefinida continuamos. Siempre al borde del hundimiento, entre el goce y la desesperación, entre el ahorro prudente y el despilfarro.

Fernando Colina (adaptado)

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