sábado, octubre 21

Tiempos

-En una palabra, muchacho: que yo no puedo sufrir esta clase de vida. Serán para algunos escrúpulos necios; pero ¿qué quieres? Después de tantísimos años de probidad comercial, de prosperidad lenta, pero segura, no puedo conformarme con esta vida de agitación y sobresalto que noto en torno mío, ni menos ver con tranquilidad una ganancia inmoral y estrepitosa.

-Pero ¿por qué se ha de molestar usted tanto? -dijo el joven con tono conciliador-. Lo mejor es que deje correr las cosas. Don Antonio gana demasiado dinero para que puedan hacerle mella sus palabras. Además, cada época trae sus costumbres, y no es justo que usted se queje porque las cosas no estén lo mismo que en su juventud.

-Tienes razón, hijo mío. Estos son otros tiempos. Soy un verdadero cadáver; pero me resisto a meterme en la fosa, a pesar de que ésta me reclama, y tengo que sufrir las consecuencias. ¡Qué tiempos, Señor, qué tiempos!

Y el vejete miraba al cielo, mientras su mano arrancaba al paso las hojas de los rosales.

-Tú también -continuó- estás algo tocado de ese afán de hacerte rico, aunque sea arruinando al mundo entero. No te culpo por esto; es la fiebre de la época; y la juventud es la que con más calor apadrina las ideas nuevas. Tienes razón: yo no puedo, yo no debo meterme en los negocios de Antonio; carezco de derecho. ¿Qué soy en aquella casa? Un trasto inútil, un mueble incómodo que se empeña en permanecer intacto y todos desean verlo hecho astillas para arrojarlo al montón.



Arroz y tartana

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